miércoles, 20 de enero de 2016

MITOLOGIA ROMANA

Los dioses de Roma eran de origen latino y etrusco, a los cuales se sumaron con el tiempo divinidades griegas, egipcias y frigias, adaptando los nombres y, en algunos casos, también los atributos. Los principales eran Júpiter, Juno y Minerva, que constituían la Tríada Capitolina. Durante la República, Marte fue de los más importantes y adorados. Los cultos consistían en libaciones, sacrificio de animales, plegarias, etc. Cada acto público, el inicio o la terminación de una guerra, el triunfo en una batalla, etc., estaba vinculado a la celebración de una ceremonia religiosa. Los cónsules tenían atribuciones no sólo civiles, sino también religiosas, de modo que la religión pública era una cuestión de Estado, tolerando, por otro lado, todo tipo de cultos privados, siempre y cuando no fueran en contra de los preceptos religiosos estatales. Ante todo, el culto público era un medio de comunión política que no sólo incluía a los ciudadanos romanos, sino que tendía un lazo de unión sobre la totalidad de pueblos que integraban el Imperio.



En cada familia se rendía culto a los numina al igual que a los antepasados: el genio familiar, los lares, protectores de los campos, los manes, protectores de la casa, y los penates, protectores de la despensa y los alimentos. El pater familias oficiaba como sacerdote, especialmente durante la cena, en donde se hacían libaciones, es decir, derramamiento de vino, leche o miel sobre el lararium, o santuario familiar, en el cual ardía siempre una llama, a la que llamaban hogar. Entre los romanos no había culto a los muertos. Los cadáveres eran incinerados, mientras se pronunciaban discursos de alabanzas al fallecido, y las cenizas eran guardadas en urnas funerarias. Había dioses específicos para la vida cotidiana, como Nundia, Educa, Cunina, Bubona, Rucina...



Si bien en Roma existía una religión politeísta originaria y campesina, a partir del siglo V a. C. comenzó la «importación» de las deidades griegas, fundamentalmente a través de los etruscos, y griegos asentados en el sur de Italia (Magna Grecia).



En el siglo III a. C. el poeta Quinto Ennio estableció en sus escritos una equivalencia de doce dioses, seis femeninos y seis masculinos: Júpiter (Zeus); Juno (Hera); Minerva (Atenea); Vesta (Hestia); Ceres (Deméter); Diana (Artemisa); Venus (Afrodita); Marte (Ares); Mercurio (Hermes); Neptuno (Poseidón); Vulcano (Hefesto) y Febo (Apolo).



 Otros incluyen dentro de los dioses Olimpicos a Plutón (Hades); Vejovis (Asclepio); Cupido (Eros); Juventas (Hebe); Hércules (Heracles); Fauno (Pan); Baco (Dionisos); y Proserpina (Perséfone).







 Aunque solo queden fragmentos recopilados de la obra de Ennio,su importancia continúa siendo crucial para los estudiosos de la generación mitológica, debido a la traducción de la obra de Evémero de Mesene. Esta tiene relevancia no solo por el establecimiento de los doce dioses equivalentes, porque permitió una amplia divulgación entre los romanos de una postura teológica diferente, según la cual los dioses no habrían sido ni personajes míticos, ni fuerzas sobrenaturales que influían en la vida de los hombres, sino militares, grandes descubridores y hombres de estado de épocas pasadas a quienes, tras su muerte, se les recordaría de esta manera particular y fuera de lo común.



Esta suerte de «humanización de los dioses» o historicista de la mitología se conoció como «evemerismo». Se sostiene que la versión e intención original de Evémero no es la de una crítica racionalista del mito, sino más bien una crítica motivada políticamente. Su postura fue fuertemente criticada y no llegó a tener gran influencia en Grecia. Sin embargo, con su traducción, Ennio logró una amplia difusión de estas ideas como una nueva posición teológica entre los romanos. Más tarde, la teoría tiene acogida entre los cristianos fundadores de la iglesia, debido a su potencia explicativa de los mitos desde un núcleo racional, mostrándolos como fábulas, alegorías y representaciones que tenían un trasfondo histórico, un asunto relevante para la imposición temprana de las religiones monoteístas.